Los temas que se exponen en este blog plantean una nueva vida, acorde con el nacimiento de un nuevo paradigma,
más holístico, más respetuoso, menos mecanicista. Asistimos al cambio, somos testigos y protagonistas, ya no podemos creernos inocentes; evolucionar, también es cuestionar lo establecido buscando el bienestar común.
Cambiemos el mundo, es posible. Es necesario.

lunes, 26 de noviembre de 2012


Con las manos en la masa
Cuando se sienten involucrados en las actividades de los adultos, los chicos son cuidadosos y respetan los límites. Dejarlos entrar en la cocina, además de sabores, aporta buenos elementos a su educación.

Que los chicos entren a la cocina, se laven las manos y mezclen ingredientes es una opción muy divertida con múltiples posibilidades y variados beneficios.  Cuando se sienten involucrados en tareas que ellos sienten como importantes, no protestan, hacen caso a los límites y se sienten confiados. Además, nos permite a nosotros pasar un rato divertido con ellos. Desde bien chiquitos pueden agarrar una cuchara de madera y revolver alguna mezcla sin peligros.

Para los chicos, cocinar es una tarea entretenida y saludable al mismo tiempo, les aporta el valor de comer preparaciones caseras, incluso, puede ser una forma de probar ciertos alimentos por los que sienten cierto rechazo. Viven con gran interés y expectativa probar el resultado final de las preparaciones, ya que al estar involucrados se transforma en un juego, y una manera sutil de adquirir responsabilidades.

Beneficios:
Fomenta la creatividad.
Ayuda a desarrollar nuevas habilidades.
Desarrollan destreza manual.
Ejercitan conocimientos de matemática para contar, medir, y seguir las instrucciones de la receta.
Aprenden ciencias cuando ven el cambio de estado de las preparaciones gracias a la acción del calor.
Aprenden sobre temperaturas, flotación, estados del agua, mezclas, disuelto, derretido, entre otros conceptos.
Ayuda a apreciar la comida casera.
Comprender el valor de colaborar en las tareas de casa.
Aprender a comer alimentos saludables.
Aprenden tiempos de espera.
Aprenden a diferenciar sabores, olores y consistencias.
Iniciarlos en conocer las propiedades de los alimentos
Aprender a tener una alimentación equilibrada.
Concientizarlos en el aprovechamiento de las comidas y no desperdiciarla.

Para cocinar con los chicos hay que tener en cuenta algunos detalles: tener a mano los ingredientes y utensilios, sobre todo si son pequeños, se impacientan entre paso y paso; prever posibles derrames, usar delantales, lavarse las manos antes de cocinar. Según la edad de los niños podrán realizar diferentes acciones en la cocina, pero existen muchas recetas facilísimas para compartir. Para los más grandecitos, ver cómo crece la masa gracias a la levadura, es pura magia. Hacer panes o pizzas con ellos puede ser apasionante. A todas las edades, va a gustarles amasar. Si nosotros pelamos la fruta, y ellos pueden usar un cuchillito de plástico o madera, incluso los de juguete, podremos compartir la preparación de una ensalada de frutas, bananas, melón o cualquier fruta fácil de cortar.

Creemos, en general, que la cocina no es un lugar seguro para los chicos, pero tomando ciertos recaudos, puede serlo. Prestar especial atención a que no haya a mano de los niños cuchillos ni ningún tipo de utensilio cortante o filoso, como tampoco elementos de vidrio u otros materiales que puedan lastimarlos al romperse. Siempre tiene que haber un adulto supervisando la tarea. El adulto es quien corta, y maneja los elementos que van al fuego o al horno. No dejar mangos de ollas o satenes sobresaliendo de la cocina y siempre utilizar las hornallas de atrás. Otro dato importante: si tuvimos un mal día, mejor dejamos la cocina para otro momento; se necesita una dosis de paciencia, desconectar el piloto automático al que solemos estar conectados los adultos la mayor parte del día, y saber que los chicos van a ensuciar la cocina, aunque después podamos involucrarlos también en la limpieza.


Nota publicada en suplemento Vida de Diario Popular

martes, 22 de noviembre de 2011

Buena limpieza

La limpieza de la casa se ha convertido en algo de temer porque la mayoría de los productos que usamos tienen sustancias contaminantes y tóxicas, tanto para el medio ambiente como para nosotros mismos. La industria química que es la que elabora y diseña los productos de limpieza que utilizamos a diario, es una las principales responsables de la contaminación del medio ambiente perjudicando a la tierra, el agua y el aire. Esto afecta, lenta y silenciosamente a todas las formas de vida que habitamos nuestro planeta.

Recetas:
Para limpiador ecológico:

• 1 cucharada de jabón líquido vegetal
• 1 cucharada de jugo de limón
• 1/4 de litro de agua tibia
• Mezclar todos los ingredientes y aplicar con esponja o trapo.

Otro más:
• Tres cucharadas de jabón blanco rallado
• Media taza de vinagre
• Un litro de agua

Para lustrar los muebles:
Mezclar jugo de limón con el doble de cantidad de aceite.

Para limpiar alfombras:
Mojar la mancha con una mezcla de agua y vinagre.

Para lavar la ropa:
El jabón en polvo o líquido para la ropa contamina las aguas, para reemplazarlo utilizar directamente el jabón natural rallado o disuelto en agua. Para blanquear la ropa o avivar los colores, agregar bicarbonato.

Desodorante de ambientes:
Disolver 5 ml. de bicarbonato en medio litro de agua caliente y añadir 5 ml. de jugo de limón o naranja o unas gotas de algún aceite natural.

Para limpiar los pisos:
Mezclar jabón, agua y vinagre.

Para limpiar azulejos:
Rociar con vinagre y luego pasar un trapo o paño seco.

Para los pisos de madera:
Mezclar de agua fría con un chorro de vinagre.

Para limpiar el horno:
Agua caliente, jabón rallado, jugo de limón que actúa como desengrasante y bicarbonato de sodio.

Para blanquear las bañeras:
Jabón y frotar limón.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Necesidades Primarias*

Los bebés recién nacidos inspiran ternura y fragilidad, necesitan nuestra protección para vivir. Con todo su cuerpito nos piden que les brindemos cuidados y que respondamos a sus necesidades básicas de alimentación, limpieza, y sobre todo, afecto, apego, upa, amor.



Los recién nacidos vienen de una vida intrauterina en la que perciben los sonidos constantes del cuerpo de la mamá y de manera amortiguada también los sonidos del exterior. En esa existencia placentera son alimentados de manera permanente, la temperatura es la ideal, se mueven todo el día de acá para allá en un bamboleo constante al ritmo de los movimientos de la mamá que camina, a veces hace gimnasia, e incluso corre el colectivo. Todo su cuerpo está en contacto permanente, sumergidos en el líquido amniótico, en un habitáculo que cada mes los toca un poquito más. Ese lugar, que según la psicología es el paraíso al que todos añoramos volver, no es ni quieto, ni silencioso, y mucho menos tiene la soledad de un moisés o una cuna. Una vez en casa, ellos lloran para recuperar el contacto permanente, los ruidos, la compañía, y nosotros creemos que son caprichosos y nos quieren tomar el tiempo.
Durante los tres primeros años de vida, el cerebro humano desarrolla cientos de millones de conexiones entre sus neuronas, gracias a las que el niño y futuro adulto podrá moverse, ver, escuchar y también de ellas dependen sus habilidades tanto intelectuales como emocionales. Por eso, la manera en que se trate a los bebés y a los pequeñitos es tan importante. Los adultos pretendemos, sobre la falsa creencia de que los bebés y niños pequeños son especuladores, que se comporten como adultos ya que fundamentamos la forma en que los criamos sobre la base de nuestros deseos, de nuestras necesidades, de nuestros tiempos. Falsamente creemos que ellos tienen que amoldarse a nosotros, cuando en realidad ellos requieren de nuestra entrega.
Cuantos más afecto y atención, es decir mucho mimo y upa casi todo el día, más independientes y seguros emocionalmente serán de adultos. En la misma proporción es importante el estímulo para el desarrollo intelectual. La manera en que los cuidadores se dediquen al bebé tendrá un impacto muy importante en el futuro, tanto dentro de la familia como en la sociedad.
Las características de la relación entre un bebé y su cuidador principal, ya sea la madre, el padre u otra persona, son fundamentales. Los adultos pretendemos que los bebés se comporten como adultos, que no lloren, que nos dejen hacer las cosas, que se acomoden ellos a nuestro ritmo de vida, que molesten lo menos posible. Vivimos sobrevalorando la propia individualidad por encima de las necesidades primarias ¿Quién dijo que un bebé tenido a upa se va a mal acostumbrar? Se va a acostumbrar a ser amado y sostenido, y será independiente cuando le corresponda serlo. Cuando esto no sucede, el bebé se termina acostumbrando a la soledad del moisés o del cochecito y nosotros creemos que aprendió a portarse bien.
Es cierto que no es fácil, con el ritmo de vida de esta época, entender y bajar al tiempo sin tiempo de los bebés, pero estará más contento y mucho menos fastidioso un bebé que puesto en una mochila, pañuelo, bandolera o wawita, hace las cosas con su mamá, que uno que está solito en una cuna. Nuestra empatía es lo que necesitan los bebés, que nos pongamos en su lugar, que entendamos que tienen necesidades y que no pueden comunicarlas más que llorando.
La seguridad que siente un bebé cuando su llanto siempre es atendido, cuando sus necesidades de contacto son satisfechas es lo que lo convertirá en un adulto seguro de sí mismo. Posiblemente luego sea un adulto que no dependerá para ser feliz ni para sentirse seguro, de cosas externas que llenen su carencia. Esos vínculos fuertes con los padres durante los primeros años, son justamente la base de su fortaleza emocional. De eso se trata la verdadera independencia.
Vivimos en una gran contradicción: cuando son bebés queremos que sean independientes, pero cuando llegan a la adolescencia y se supone que tienen que empezar a ensayar la verdadera independencia solemos cortarles las alas. Los bebés y los niños pequeños, necesitan brazos, necesitan tiempo, necesitan contacto. A tener en cuenta: nadie pide lo que no necesita.
Karina Muzzupappa

* Publicado en Diario Popular, Suplemento Domingo Vida, 18/09/11

jueves, 7 de julio de 2011

Colecho

Artículo tomado de la página de la psicóloga española Sonsoles Romero
HABLEMOS DEL COLECHO


Si yo tuviera el poder para cambiar las leyes y las normas sociales, una de las cosas que consideraría importantes y nocivas para la salud de nuestros hijos es dormir solos desde que nacen en otra habitación. No es una moda, no es un capricho… para un recién nacido, dormir acompañado, es una necesidad básica. Y en nuestra sociedad no se considera maltrato, ni siquiera está mal visto… es NORMAL.

Cualquier familia que dejara sin comer a un bebé varios días sería privada de la tutela de ese bebé. En cambio sí se puede dejar a un bebé solo en otra habitación y que nos parezca algo corriente. Se entiende que comer es una necesidad básica del ser humano, pero el contacto con la madre no lo es.

Analicemos con detenimiento y lógica esta visión errada de las necesidades de un bebé. Durante una media de 40 semanas, es decir, toda su vida, el bebé vive en un entorno cálido, siempre en movimiento, con ruidos conocidos como el corazón, el intestino o el estómago trabajando. Se desarrolla permanentemente alimentado a demanda, abrazado por el líquido amniótico y las paredes del útero materno, a la temperatura justa… ¿Qué nos puede llevar a creer que, por el simple hecho de pasar por el canal de parto, un bebé cambia sus necesidades básicas de un día para otro? ¿Es que creemos que el hecho de ver al bebé hace que cambie su esencia de alguna manera? Es una cuestión de lógica que los bebés siguen necesitando fuera del útero lo mismo que tenían dentro. Si, además, tenemos en cuenta lo duro que ha podido ser el cambio para una criatura tan pequeña, deberíamos extremar aún más el contacto permanente con otro ser humano, la presencia constante y en movimiento que siempre tuvo.

Ya debe ser duro dejar de estar flotando calentito para adaptarse a los cambios de temperatura de nuestro hábitat, al contacto con el aire, a la sensación de ser más pesado, a no poderse mover con la misma libertad, a tener que PEDIR de alguna manera lo que antes se nos daba sin descanso. Pero encima pretendemos que se adapten a dormir solos, sin ruido, sin calor, sin presencia, sin comida disponible a cualquier hora… Creo que tan importante es para un bebé ser alimentado como ser mecido, tocado, abrazado durante todo el día y la noche. Pero si, cuando además, el bebé reclama lo que le pertenece, los padres no acuden…aún puede ser peor. Esto es un maltrato auténtico, pero no sólo no está codificado en nuestro código penal como tal, sino que, además, hay quienes escriben libros sobre la mejor manera de hacer sufrir a nuestros bebés, de dejarlos dormir solos desde que nacen, y se enriquece con ello!! ¿No debería esto ser ilegal?

Si de mí dependiera, informaría a cada pareja de padres, al igual que se les informa del estado de salud del bebé que nace, de cuanto y cuándo deben alimentarle, bañarle, etc… de que jamás deberían dejar al bebé recién nacido solo en una habitación y hacer caso omiso de sus llantos. Así de simple, porque simple es la necesidad de los recién llegados al mundo.

Un bebé del que ignoramos su llanto, su miedo y su ansiedad al estar solo en otro cuarto, no aprende a dormir, aprende que sus llamadas no serán atendidas y tiene la primera experiencia de traición de su vida. La persona que le ha provisto de todo durante 9 meses, la que debería estar a su lado consolándolo y ayudándolo a adaptarse a este mundo, ignora su llamada. La persona más importante, la única y primera relación que conoce… Pero si ese bebé, cuando cumpla 40 años no ha sido capaz de confiar en una pareja y comprometerse con nadie, si es infeliz porque no consigue encontrar un equilibrio en sus relaciones… nadie va a relacionar este hecho con el abandono primigenio de su madre, porque lo único que pretendía su madre era enseñarlo a dormir, avalada por especialistas en la materia…

Nos pasamos nueve meses acariciándonos la barriga, fantaseando con la idea romántica y de película de tener un bebé… planificamos nuestra vida, el momento en que sucederá… y de repente, cuando ese bebé nace lo convertimos en nuestro enemigo y nos infunden la necesidad de apartarlo de nosotras, de mantener la distancia para que no se “malacostumbre”, para que no nos tome el pelo, nos deshaga la vida, nos maneje y chatajee… ¿No es ridículo? ¿Para esto tanta planificación? Si realmente los hijos vinieran al mundo a tiranizarnos… ¿no se habría extinguido ya la especie?¿no sería lo lógico?

Creo que tener hijos no es un cuento de hadas. Hace falta mucha madurez para poner las necesidades de otro por encima de las nuestras. Pero es que nosotros hemos decidido que esa vida llegue al mundo y es nuestra responsabilidad entregarnos a ello para que, la persona que será, consiga ser lo más feliz posible. Nadie nos obliga a tener hijos, podemos decidir tenerlos o no, elegir el mejor momento o el peor… pero no deberíamos poder traerlos al mundo para tratarlos como si fueran nuestros enemigos.

Defiendo el colecho, claro que sí. Y lo defiendo a pesar de conocerlo en profundidad y en primera persona, a pesar de saber que si hubiera dejado a mi hija sola en otra habitación desde que nació, ahora yo dormiría como una reina y ella también. Porque lo que habría tenido que sentir ella para llegar a dormir toda la noche con dos años, habría estropeado para siempre nuestra fusión, la unión que, como madre e hija que siguieron conectadas a través del pecho y el contacto continuo, aún tenemos y que nos hace especiales como díada. Nuestra relación habría quedado fracturada para siempre y, dejar de dormir un par de años no parece un precio tan alto a pagar si miras a lo lejos y te das cuenta de que la confianza que un bebé recién nacido ha depositado en su madre, bien merece no ser quebrantada por un par de años más o menos de sueño.

Unos años de sueño reducido, que no insuficiente, porque si fuera insuficiente o incompatible con la vida seríamos muchas las que habríamos muerto en el intento. Y antes de morir de agotamiento seguramente enfermaríamos gravemente y nos darían una baja para que descansáramos, nos iríamos a casa, dejaríamos el trabajo, las labores del hogar y el resto de exigencias sociales y, sin dejar de colechar, mejoraríamos porque podríamos adaptar nuestros horarios a los de nuestros bebés, podríamos dormir siestas con ellos y largas noches de 12 horas para compensar la baja calidad del sueño con una gran cantidad. Y me parece, que esto último prueba que no es el colecho lo que está mal planteado, sino el sistema y el esquema social que exige un ritmo de vida a las madres que es incompatible con las necesidades de nuestros hijos. Sería mucho más fácil cambiar este sistema para adaptarnos a lo que somos como especie, que cambiar la especie entera para que el sistema perdure. Sin embargo, y por absurdo que parezca, lo más difícil es lo que intentamos llevar a cabo, mientras que la solución lógica y fácil ni siquiera se plantea.

sábado, 2 de julio de 2011

Libertad, divino tesoro




Cada vez estoy más lejos de los dogmas.
Creo que es la edad.
Los dogmas son tranquilizadores, nos amparan.
Todavía no me animo, en algunas cosas, a levantar la voz y vivir pateando dogmas.
               (Bueno, algunos sí)

¿Qué es la libertad entonces?